viernes, 1 de marzo de 2013

Between sugar and love 6


CAPÍTULO 6



No sé cuánto tiempo llevaba fuera de la tienda intentando calmarme. No podía relajarme y respirar normalmente. Ángel desde el primer día me descolocaba. Cuando estaba cerca de él me sentía desprotegida delante de una persona que crees conocer, pero que en realidad, no sabes cómo reaccionará al minuto siguiente. En verdad, sólo conocía a Ángel desde hacía un par de semanas, aproximadamente, lo suficiente para darme cuenta de cómo actuaba. Era una persona impredecible. Nunca sabías con qué te saldría.

Yo, estos cambios de actitud, no los aguantaba. Desde los seis años ya había experimentado demasiados cambios con emociones fuertes como para que ahora llegase él y volviera a desestructurar mi vida. A los seis años, difícil edad, perdí a mi padre, un acontecimiento complicado de superar tanto para mi madre como para mí. Luego, con mi madre tuve la mejor relación madre-hija que pudiera tener cualquier otro, éramos inseparables.  En una edad crucial, experimenté otro cambio, la llegada de Pablo. Él fue el mejor, en cuánto a ocupar la figura de padre. No era mi padre de sangre, pero emocionalmente sí era mi segundo padre. A los trece años cualquier chico o chica necesita tener la figura de un padre y él lo fue para mí. Entonces mi madre y él se separaron, sin pensar en cómo me iba  sentir yo. Quería mucho a Pablo, pero su relación con mi madre dejó de funcionar y... Bueno tuve que acostumbrarme a otro giro radical en mi vida. Otra vez sin padre. Sí que mantenía algunas veces el contacto con él pero era una relación un poco distante, sólo hablábamos por teléfono o por el ordenador. Y finalmente... El cambio mas grande que experimenté: la llegada de Saúl. Pensaba que sería cómo con Pablo, pero Saúl era un enfermo maltratador y borracho que no hizo nada más que llevarnos, a mi madre y a mí, problemas económicos, depresión, estrés, daño psicológico y físico... Tantos cambios en mi vida me afectaban y aún más me afectaba ver que Ángel experimentaba cambios de actitud cada cinco minutos. Él no podía hacer nada más que empeorar lo mal que ya lo llevaba todo.

Después de estarme un tiempo indefinido fuera entré dentro. Hasta entonces no me había dado cuenta que al  abrir la puerta se escuchaba una campanilla que estaba colgada en el techo al lado de la puerta. El "Clink" que hizo, consiguió sacarme completamente de mis pensamientos. Levanté la mirada y me encontré con la suya mirándome con preocupación.

- Nata..-Se calló- Quiero decir, Lia, ¿Estás bien?- Me observaba cómo si fuese un experimento de laboratorio con el que no te puedes perder ningún detalle porque podía explotar, pero en ese caso quién podía explotar era yo.

Sólo asentí. No tenía ganas de hablar. Me sentía sin ánimo alguno.

- Dentro de media hora ya cerramos. Si quieres por hoy ya puedes irte, no hay problema.- Estaba apoyado a la parte de dentro del mostrador.
- Gracias. -Fue de lo único capaz de decir.

Fui a la trastienda cogí mi bolso con las llaves del coche y me di cuenta que mi delantal aún estaba tirado al suelo. Lo recogí y lo colgué en la percha. 
Salí de la trastienda y vi que Ángel ya estaba haciendo el recuento de la caja, me sentí mal, porque eso era parte de mi trabajo. Dejé el bolso en el suelo.

- Déjalo, ya lo hago yo.- Le dije ofreciéndome para hacer el recuento yo.
- Tranquila, sólo queda hacer esto. Puedes marcharte sin problemas.-En ningún momento se giró para verme, eso me molestó interiormente.
- De acuerdo. Hasta el lunes.

Volví a coger el bolso y salí de tienda.

Sólo había hecho dos pasos cuando me di cuenta que la chaqueta que llevaba aún era la que Ángel me había llevado, así que hice marcha atrás para devolvérsela.

- Ángel- Esta vez sí levantó la mirada para verme.- La chaqueta. -Me la estaba quitando para dársela.-Gracias.
- No, quédatela por hoy al menos, hace frío y tú no llevas ninguna.
- Pero...
- Nada, Lia. Coge la chaqueta y vete a casa. Relájate y tomate tu tiempo. Te irá bien.- Era extraño que para decirlo no utilizara su tono sarcástico de siempre, pero la amabilidad con lo que me lo dijo me reconfortó.
- Gracias, otra vez.- Suspiré y, finalmente, me marché a casa.

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Aparqué el coche delante de mi casa. Cuando crucé el umbral sólo olía a quemado. Me preocupé, pero me dirigí hacia dónde provenía el olor. Siguiendo el rastro llegué a la cocina y me encontré a mi madre sacando algo del horno y llorando.

-¡Mamá! ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?- Tiré las cosas al suelo y me dirigía su lado.

Ella me miró con los ojos rojos a causa del llanto.

-Mamá, todo está bien. No llores.- Le decanté un mechón de pelo que se le había quedado pegado a la mejilla a causa de las lágrimas.
-Lia... Yo... Quería sorprenderte...- No podía hacer una sólo frase seguida que era interrumpida por el llanto.- Como trabajas en la repostería, quería... Hacerte un pastel... Pero...- Miró hacia el pastel, con tristeza y decepcionada consigo misma.

Sonreí. Que intentara hacer un pastel ya significaba un gran avance con su depresión. Me alegraba.

- Mamá.-Me miró fijamente con lágrimas aún resbalándose por sus mejillas.- No pasa nada, me alegra muchísimo que lo intentaras, en serio. Soy muy feliz.-Mi madre parpadeó varias veces.-Si quieres mañana intentamos hacer uno juntas, ¿Vale?

Hizo un intento para sonreír, pero más bien le salió como una mueca.

-Vale.-En ese momento me recordó a una niña pequeña a la que le acaban de decir que irán algún parque para jugar. Los avances con mi madre me alegraban demasiado. David era, definitivamente, un gran profesional. 
- Venga, ahora recojamos esto, ¿Si?
- Vale-Repitió otra vez, pero de forma más triste.

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Habían pasado tres semanas casi desde entonces. Mi madre cada día hablaba más, aunque experimentaba aún varios cambios de actitudes difíciles de comprender.
David vino una vez a cenar a nuestra casa para observar el comportamiento de mi madre conmigo y ver cómo se relacionaba con acerca de cuidar de la casa, preparar la comida... Yo aproveché para agradecerle todo lo que había hecho por nosotras. No había forma alguna de expresarle con palabras la gratitud que sentía.

Carol seguía igual, sólo que un poco más alocada que siempre porque se acostaban navidades. Por esta época se vuelve una niña pequeña. Estaba más entusiasmada que nunca, le emocionaba esto de los regalos. Yo en cambio... La navidad no era mi fiesta del año preferida, simplemente, porque no tenía familia con quién celebrarla. No tenía ningún tío ni tía, lo que llevaba a que no tuviese primos. Mis abuelos... Los de parte de mi madre, murieron antes de que yo los conociese y los de la parte de mi padre, vivían fuera de Barcelona, se habían marchado desde la muerte de mi padre, fuera de España. Vivían a Dinamarca. Y ni ellos se veían en condiciones para venir ni yo me atrevía coger un avión con mi madre para ir a verlos. Los echaba de menos, pero era uno de esos cambios que había experimentado hacía años y ya me había acostumbrado a ello. Por lo tanto, para celebrar las navidades sólo tenía a mi madre. Me alegraba, al menos, tenerla a ella, pero también a veces me sentía sola, con falta de amor. Mi madre en su estado, no me podía llegar a dar todo lo que necesitaba de ella. A veces, hasta me sentía yo responsable de ella y de sus actos y no al revés. Con la recuperación de su depresión no estaba aún al cien por cien y eso hacía que no se diera cuenta de las atenciones de cariño que yo necesitaba que me mostrasen.

A cerca de Ángel... Sólo teníamos una relación laboral. Nos dirigíamos la palabra sólo para que el me ordenara cosas y yo para preguntarle sobre los pasos para hacer diferentes bollos, pasteles... Aún tenía su chaqueta. No sé el porqué pero siempre me la olvidaba. Un día la cogí y la olí, estaba intrigada en saber qué olor tendría. Oler las cosas de los otros, era una manía un poco rara que tenía, pero me servía para... La verdad  no lo sé, pero a veces me surgía la necesidad de oler algo y... Lo hacía, así que la olí. Lo único que pude detectar fue un olor sorprendentemente fuerte a dulces, a las típicas nubes de azúcar que venden a las ferias. Me asombró que desprendiera ese olor, pero a la vez me gustó. Era único. El olor y... él también.

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Era veintidós de diciembre sólo quedaban tres días para navidad. Ese día al terminar las clases, en lugar de ir a comer con Carol me fui a casa, me apetecía pasar un poco de tiempo con mi madre y observar sus avances antes de irme a trabajar.
Durante la comida mi madre estuvo bastante cómoda y se mostró más abierta y habló más de lo a menudo, fue una sorpresa muy grata.
Cuando estaba a punto de marcharme y me iba a despedir de mi madre, me la encontré como un zombie mirando la televisión. No entendía su reacción, hacía tan solo minutos que se encontraba bien, pero sólo me costó esperar unos segundos y entender porqué se mostraba de esa forma. 
Estaba mirando el telenoticias y en ese momento estaban hablando sobre un caso de una mujer que había sido maltratada por su marido, hasta tal punto que, había muerto.

-Mamá, mírame, por favor...-Estaba a punto de llorar, no quería que mi madre volviese a la misma situación de antes.-¡Mírame! ¡Mamá, MÍRAME!

No soportaba volver a perderla de la forma en que lo había hecho durante meses. Estaba presente en cuerpo pero ausente en cuanto a mente. No lo quería... No lo aguantaría.

-Mamá, necesito que vuelvas a ser tú...-Las lágrimas ya habían empezado a caer de mis ojos.-Mamá, es navidad, no me puedes hacer esto... No ahora... No... Mamá, te necesito. Necesito que seas como antes, que me mires, que me hables, que me quieras y que me lo demuestres. Necesito que a veces sienta que te tengo a mi lado. Que no estás perdida en tus mundos.-Hice una pausa.- Es navidad. Sólo quiero que me muestres tu amor...-La abracé, quería sentir el calor de mi madre devolviéndome el abrazo.-Por favor mamá, abrázame. No te vayas, no otra vez, NO.

No aguantaba que no se moviera. Parecía una estatua de hielo. Sin moverse. Pálida y con lágrimas cayéndole de los ojos.

Necesitaba huir. Me levanté y cogí al coche. Sabía que debía ir a trabajar, pero antes quería despejarme un poco.

Llegué al trabajo media hora tarde. Sabía que tenía los ojos muy rojos de haber llorado tanto pero intenté ignorarlo. Abrí la puerta de la repostería. Me fijé en que solo estaba Ángel. Él estaba sentado, con el codo encima de la parte de atrás del mostrador y con el móvil en la mano. Hacía cara de enfadado y en cuanto me vio aún se enfureció más.

-¡Lia! Llevo llamándote des de hace un cuarto de hora. ¡¿Se puede saber por qué...?!-Paró de hablar-¿Que te ha pasado?-Esta vez lo dijo con muestra de preocupación.

En ese momento no lo aguanté y rompí, otra vez, a llorar.

Ángel salió de atrás el mostrador y vino rápidamente hacia mi. No tuve tiempo a reaccionar. Me sentí envuelta por sus brazos cálidos y fuertes. Con una mano me acariciaba la cabeza para que me calmara y la otra la tenía en mi espalda. Con este gesto me sentí reconfortada y querida. Esto es lo que le estaba pidiendo a mi madre y quien, al final, lo hizo fue Ángel. 

Cerré los ojos con fuerza dejando que cayeran las últimas lágrimas. Me sujeté con Ángel y me perdí con su calor, su reconforte y su olor... El olor a nube de feria.







CONTINUARÁ...
Sé que os dije que os traería maratón, pero se me hace imposible. Pero bueno, a cambio de no traeros maratón el domingo espero colgaros el siguiente capítulo.
Espero que este os haya gustado, es bastante intenso y con muchas emociones así que espero que lo hayáis disfrutado mucho.
¡¡Un besote!!

Nos vemos el domingo con el siguiente :)




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